miércoles, 29 de julio de 2009

Candidez

Podría apagar el dolor del mundo
con el brillo de tu sonrisa,
y en la tarde de tus pensamientos desnudos,
posarme en tu hombro como una mariposa
que inventa el deseo de ser feliz,
también podría volar
sobre el pacífico mundo de tu silencio
para inventar el cariño de mis manos en tus cabellos,
y morir su fuera necesario,
para que la ciega voz de la amargura
no te grite La experiencia de los halcones.


HUMBERTO ACEVEDO

El Desayuno

Cuatro ancianas reunen recuerdos
como manojos de leña alrededor de un domingo.
Es invierno: el frío devora los huesos,
y mata a los pájaros.

La cuatros ancianas beben café
con un antiguo temblor,
y vencidas por la carne rota,
se miran por las voces
que recuerdan juveniles:
ellas desayunan despecho
con un raro dolor que tiene la belleza de una gárgola,
la viejas mujeres desordenan el silencio
como un rayo que miente al caer,
y atrapan una caricia adudaz
para despuès llorar oraciones de lirio.

En el gabinete,
las ancianas se ven esculpidas
por la mi mirada de mi horror,
y sus risas vengativas descuadernan la historia
sobre livianas sobras de narciso viviente.

La mas vieja jura que los años no duelen
se odian, estorban,
la muerte no llega núnca, se aferra.

las ancianas con las polveras manchan sus rostros,
atisban en la ventana el aire fresco,
y saborean el postre como quinceañeras,
murmurando osadías.



HUMBERTO ACEVEDO CORTEZ.

Libremente enamorado

Cierra la profunda noche,
y reposa cansado dolor,
que hoy es por un instante
el blanquísimo temblor de un hombre
en la galería del amor.

Ya queriendo no hablar de recuerdos,
enciendo una lágrima,
y alumbro el desconsuelo
con la libre y limpia sonrisa
de lo imposible.

Porque lo triste del amor
es la dulce garganta astillada
por el cariño amargo,
y es tan grande la soledad,
que cabe en una promesa
semejante a un grano de arena
fugitivo en el mar.

No digas mi nombre,
que al fondo del día,
brilla la sangre de mi tristeza.

HUMBERTO ACEVEDO CORTEZ.