Después de destruir a los budistas de la India, cuentan que Sankara marchó a Nepal, donde tuvo algunas diferencias con el Gran Lama. Para probarle sus poderes sobrenaturales voló por el aire, más cuando pasó sobre el Gran Lama, éste percibió su sombra deformándose y ondulándose por las desigualdades del suelo y clavó su cuchillo en ella; Sankara cayó y se quebró el cuello.
CUENTO BUDISTA
jueves, 18 de septiembre de 2008
KALYANAMITRAS
Humberto Acevedo
Humberto Acevedo Cortez nace en San Salvador, El Salvador el 28 de marzo de 1957. Es poeta del asombro y huésped del olvido. Por representarle una experiencia misteriosa y profunda las mujeres y la muerte representan imágenes necesarias en su obra, algunos amigos lo señalan como un diletante y a otros les importa un comino su vida; y de aquellos que valió la pena acompañarse una breve temporada lo consideran un buen budista. Es heredero de las revueltas de los años 60’ y 70’, fue hippie tardío, estudio en el centro nacional de artes de San Salvador, lugar donde sintió el electrizante sudor de las pasiones y donde fue posible tener un jardín para orinar la fragilidad de las certezas y asediar la noche con practicas esotéricas. Desde muy temprana edad, y gracias a la afición de sus padres por la lectura, estuvo en contactos con los poemas, los poetas y la poesía. "Recuerdo que uno de los primeros poemas de mi infancia fue platero y yo de Juan Ramón Jiménez, mi madre y mi abuela materna escenificaba versos con títeres que ellas mismas construían y los presentaban en el solar de la casa después del almuerzo". Muy pronto sintió la necesidad de expresar con poemas la vivacidad de las imágenes que lo deslumbraban, era un mundo novedoso y rebelde que no podía contener para si solo. En su adolescencia y juventud fue músico, gustaba tocar la flauta y la guitarra, y formó un grupo con Víctor Quintanilla, amigo de la juventud que también fue un milagroso acompañante de los sueños y la imaginería. Su vocación por escribir poemas fue por mucho tiempo una actividad tan íntima que muchos de sus amigos y conocidos se sorprendían con la noticia, los poemas se convirtieron en la única forma de comunicar y de explicar la elevada aparición de la amistad, la presencia húmeda del amor, lo invisible a pesar de la respiración, y un atajo de palabras que después se convertían en la música del silencio.
Ha publicado en varios poemarios colectivos entre los que se encuentran: Los que escriben en México, SEP-Cultura 1987. Continuemos pues, editorial Zompopo de mayo, México 1982. y Rumor de todas partes, La Orquídea Errante, editores alternativos, México 2008.
Ha escrito varios libros de poemas entre los que destacan ¿Acaso el aliento? Editorial Fragua, México 1989. La luz en paz Letralia Editores , México 1999.
Ha colaborado en varias revistas entre las que se encuentran: Espejo Rojo (1989), Séptimo Sueño (1983), Descritura (2003), El Avión (2005).
Sus maestros fueron: Rolando Elías, Luis Tiscareño y sus padres: Don Felipe Santiago Acevedo y Doña Francisca Cortez de Acevedo.
Le gusta el ajedrez, el jazz, el sutra de Vimalkirti Nirdessa y el Dhammapada, visitar museos y galerías, caminar en los parques, le gustan las redes del viento, la noche fría, el día en la ventana, la música de la nostalgia, la mano en el pez, un azul que no haga ruido, las hormigas del amanecer, la marea inmensa de lo único. No le gusta despedirse, no le gusta el camino que se pierde, el árido desprecio, el desierto de una lágrima, la locura de la vanidad.
Actualmente trabaja como editor en La Orquídea Errante, editores alternativos, es conferencista, escribe poemas, y está en proceso de ordenación en la Orden Budista Occidental -AOBO- .
YO QUIERO A MI PATRIA
EL POETA Y LA MUSA
Yo quiero a mí patria
por las milésimas de segundos
que juegan en los laberintos
emocionados de la risa:
La canción inalcanzable,
los recuerdos bañados en oro,
las calles de San Salvador
incapaces de guardar una nube,
y también por las dichas ufanas
de infelices dictadores.
La quiero como cuando uno se da una vuelta
por la casa de la novia,
y se regresa inventando la noche.
Yo quiero a mi patria
cuando descansa a la orilla de mi silencio,
alucinada por el mundo vivo
de los seres que soñamos
ser un corazón feliz.
Pero también la quiero
por los desmayados sueños de los muertos
que murieron a manos de asesinos,
por la risa muerta de los vivos,
y por la tristeza de saber que los traidores
caminan libremente la vieja celda de la herida.
Yo no quiero a mi patria
como la quieren los burócratas,
tiesa y altamente olvidada
en el escandaloso hierro forjado
de héroes insolentes y enfermos.
Yo no quiero una patria desecha en su mirada,
pudriéndose en sus miles de lágrimas,
yo no quiero una patria con hijos prohibidos,
sin voz para cantar
y con el himno embriagado por la soberbia.
Yo quiero una patria,
a mi patria,
como cuando descubrí
que mi niñez
me serviría de camisa
para toda la vida.
SABIDURIA PRAJÑA
Así como es, lo vivo:
un ángulo del aire tiembla
en el dorado movimiento universal
y todo crece sin llegar,
y todo muere sin irse,
sueño despierto de la visión perfecta.
Nunca fui huésped
de este vidrio que me refleja,
pero en el fondo de su imagen
supe que el mundo está vivo
como la luz dentro de la luz.
Fui ese hombre
que admiraba piedras preciosas sin olor,
y despreciaba la sonrisa de un breve instante
por la mancha opulenta de la eternidad.
Ahora escucho en el canto unísono de la sabiduría
el sendero que destiñe la tinta indiferente del engaño,
y he aprendido a distinguir
el libre aliento de una llama,
de la prisionera herida
forjada en el heroísmo de la mentira.
Ya no puede ser el sucio reloj
marcando el abismo del tiempo,
ya no puedes probarme que tú
eres tú mismo,
ya no podemos esperar a que la muerte
empiece a desangrarnos.
El tiempo para unos ya ceso,
y para otros todo esta por llegar.
Ahora que puedes
sigue el aleteo de lo inexplicable,
de la palabra encendida,
y brilla como el cielo iluminado de la verdad.
CUANDO TENGO MIEDO
Siempre tengo la sensación
de que nada en mi es mío,
hasta mis recuerdos
los encuentro en una calle del centro,
y eso no me da miedo,
porque a los lejos los veo
contentos de la mano de un día que se va
sin que nadie los quiera hacer suyos.
Lo que me da miedo es cuando lloro
porque lo que más quiero ya no está,
y de repente voy mirando la vida
como una metáfora de horizonte doméstico,
una esfinge perezosa,
un capricho circular,
y a través de la ventana del autobús
la tristeza me desconoce,
me empuja a la mortalidad de este jardín espectral,
y lloro porque las palabras inocentes
se cansan,
pesan en los labios,
y en mi silencio,
el silencio se muerde hambriento
cuando me encuentra deshecho.
Casi nada me da miedo
cuando tengo miedo,
pero imaginar lo furiosamente cercano
que estoy de mi
me da mucho miedo.
ABSTENERSE DE CAUSAR DAÑO
A las niñas y los niños salvadoreños
que se cortan los labios
con palabras muertas.
Vuela un presagio triste:
sin naranjas,
sin pájaros,
sin mundo para la breve risa,
sólo el milagro de la muerte hambrienta
que mata de hambre,
sólo la dura paciencia de las horas
que despeña la mirada de un niño a tientas:
hoy es por un instante
que duele a penas,
a duras penas
a tristes penas.
Vuela ahora mismo
sobre el filo del hambre,
vuela presagio de labios cortados,
vuela diciendo que no escuchas,
que piensas en otra cosa
no sea el hambre que se cuece en tu estómago.
¿Recuerdas el filo del insomnio?
ahí muerde la dentadura enferma
la amarga raspadura,
y el cuchillo de la soberbia corta la inocencia
cuando el estómago juega a las migajas.
Has vivido la vida,
pequeño niño,
en el ancho océano de la sequedad,
como una presencia que no es el amor
de las paginas sociales,
sino la entera tristeza de la manta pobre
que parece frío.
vuela ahora mismo sobre el filo del hambre,
vuela presagio de labios cortados,
vuela diciendo que no escuchas,
que piensas en otra cosa
que no sea el hambre:
vuela sobre los duraznos de Darjeeling,
las ananás de Sri lanka,
las piñas de Tahití,
el café de Nicaragua,
los marañones de El Salvador,
la flor de pitaya de México,
vuela sobre la dulce sombra
que vive en la brisa de tu sonrisa.
Ahora que estás ahí
en el hueso abandonado de la infancia,
en el infiel grito de la edad temprana,
los seres bondadosos de este mundo
y de los miles y millones de mundos
en todas sus direcciones
tañen un corazón,
dos corazones,
tres corazones,
un racimo de corazones:
es la iluminada tradición
de los seres sagrados,
es el viento que huele a pan,
es tu risa y la mía,
es la bendición del amor compasivo
es la bondadosa caricia que no juzga,
ni sufre,
que ni sucumbe,
ni resiste,
es el vuelo,
Vuela,
vuela,
vuela otra vez
con la sencilla mañana de tu ventana,
que entre todos vamos a cambiar
el carbón apagado de tu esperanza,
por un río de leche tibia de la tierra pura.
La Sangre Seca
A mi madre muerta,
A mi padre muerto,
A mis abuelos muertos,
A mi hermano muerto,
A mis amigos muertos,
A mis compañeros muertos,
A mis abrazos vivos,
A mi amor vivo,
Al cariño vivo,
A la amistad viva.
Para oír brotar la sangre
de mi corazón cerrado,
¿pondré la oreja en mi pecho
como en el pulso la mano?
Xavier Villaurrutia
I
Nunca pude imaginar la boca abierta
hasta las ranuras del silencio,
nunca quise imaginar las vocales quebradas
en la garganta de los muertos.
Hasta que un día
en las costumbres de mis ojos,
apareció la sangre seca
derramando el dolor de la herida
en la pálida espuma de los pulmones
de un cadáver imposible,
y desde entonces una triste tormenta
del tamaño del silencio,
destruye todo lo que pasa por mi corazón.
II
Los hijos de los muertos inventan diabluras
y nombran la importancia
de sus extraños sentimientos:
el miedo y el cansancio que se oxida en la lengua,
los frágiles halagos de la fantasía que abre sepulturas.
Juegan con los hijos de los vivos,
y se caen cuando lloran por nada,
después se arrancan y se pegan diariamente
la costra de la herida,
con la inflamada amistad de la orfandad.
III
Querido hermano:
¿Cómo fue el disparo
que se hundió
en tu respiración?
Tan íntimo y despiadado momento
solo me lo arranco a caricias,
y te veo desecho gracias a tu idealismo,
también te veo con la mirada fresca
y milagrosamente peinado,
con tu brisa favorita
y el insoportable secreto de la muerte.
¿Cómo estaba el que te disparó?
Seguramente el pobre
ha de haber tenido el cuerpo y los sentimientos
sobre un manto fúnebre,
aullando el miedo,
y sollozando el eco de tu dolor.
Descansa,
ya no queda nada a la intemperie,
los amigos están a salvo,
y hoy voy a leer poemas
con tu amor ausente,
voy a lanzar
una
y
otra vez
tu idealismos,
mi idealismo,
el idealismo de todos,
con unas palabras que den en el blanco.
La araña del cuadro
La araña del cuadro
vive sumisa
al placer del bocado,
como el silencio de un Dios
en el cuenco de la muerte.
Le sobran ojos,
y como el caleidoscopio
la luz es ciega.
Uno la ve y se finge muerta,
uno le habla y se detiene sorda.
El ánimal del marco
vive en el cuadro de la pared
mancha culpable,
juguete desmayado,
araña galante,
araña libando
la fatigada sangre
de la herida
en la colmena
de cadáveres bruscos,
donde el viento
huele a glándula y seda.
Uno la toca
y se le entibia el corazón,
uno le habla y se muere de terror.
Cuando un disturbio repentino
mancha la soledad,
la araña
huye por el hilo acústico
de su apresurado temor,
y siente la sombra
cuando se detiene
junto a la claridad,
como el calambre
de la desesperación
en el sabor amargo.
Yo la observo
con la atención de mis sentidos
y aprendo de sus patas,
su fina inocencia.
Eternidad
En los labios del silencio,
una rama dulce
de mi voz apagada
juega con el viento,
y en el inmenso nido
de la ausencia,
las hormigas
florecen en mis ojos.
HUMBERTO ACEVEDO
Poema para una mujer que ama I
Que difícil la distancia
de tus manos dormidas,
que difícil cuando el sentimiento
se va quitando la vida,
y la respiración triturada
solloza en la esquina de la noche,
que difícil los pedazos de sudores fríos
que se van con la resignación
que vuela como sombra de pájaro.
Que difícil lo que uno quiere amar:
una mariposa desenfrenada
que muere en marzo,
una mujer que enciende el silencio
y luego se va por el espejo
de su amor enamorado.
Somos tantos querida mariposa,
que con un poco de tus besos
se muere el espíritu
y el corazón doliente
deja de latir en paz.
Despréndeme con el dedo en el corazón
la poesía de tu belleza,
para que ya no me duela,
para que ya no te llame
cuando este paralizado
por el alfiler enamorado
en mi respiración indefensa.
Quiero cerrar los ojos
En tu extraña claridad
Y arrodillarme en el mar de tu voz
Como una nube pasajera-
Yo soy el temblor
entre tus labios y el amor.
Poema para una mujer que ama II
Que me envuelva el silencio
de tu mirada amorosa
para que cuando muera,
renazca en el sonido de tus suspiros:
el más profundo.
Quiero la desnuda caricia de la poesía
para entregártela tibia,
quiero la tinta de los jazmines
para escribir la ausencia
de tu respiración.
Quiero la distancia del azul
para adornar tu cuello.
Quiero el corazón de la luz
para que tu mirada
sean del sol de la mañana-
Quiero estar contigo
como los días intactos
de un niño con ciega esperanza.
SÓLO ESTAR
Nadie soy,
cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire siempre en
viaje.
Octavio Paz.
Fuera de mí
la música dorada,
sonido del cristal
de la respiración,
y rostro del perfumado
despertar cantante
en la mansión del aire.
El desierto inalcanzable
ni siquiera roza
la sonriente caricia
de la apacibilidad,
y en la desnuda blancura
de un loto,
suelto el hálito
que se enciende asombrado
en las manos de la noche.
Gira la antigua luz
carcomida,
doy cuenta de la edad sin tiempo
con la distancia rota,
y despierto en la carne
que apenas reconozco
como las vestiduras del renacer eterno.
Presencia...
sólo estar
a la orilla del viento,
sin la eternidad de la reliquia,
y en lo alto del universo sin espinas,
cintura amorosa
de un silencio
habitado por la luna llena,
con mis labios untados
del néctar amanecido
de la inmensidad.
Sólo estar,
vieja montaña
de espuma sin entendimiento,
ausencia de todo.
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