Nadie soy,
cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire siempre en
viaje.
Octavio Paz.
Fuera de mí
la música dorada,
sonido del cristal
de la respiración,
y rostro del perfumado
despertar cantante
en la mansión del aire.
El desierto inalcanzable
ni siquiera roza
la sonriente caricia
de la apacibilidad,
y en la desnuda blancura
de un loto,
suelto el hálito
que se enciende asombrado
en las manos de la noche.
Gira la antigua luz
carcomida,
doy cuenta de la edad sin tiempo
con la distancia rota,
y despierto en la carne
que apenas reconozco
como las vestiduras del renacer eterno.
Presencia...
sólo estar
a la orilla del viento,
sin la eternidad de la reliquia,
y en lo alto del universo sin espinas,
cintura amorosa
de un silencio
habitado por la luna llena,
con mis labios untados
del néctar amanecido
de la inmensidad.
Sólo estar,
vieja montaña
de espuma sin entendimiento,
ausencia de todo.
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